martes, 5 de febrero de 2013

“Venciste, mujer, con no dejarte vencer.” Calderón de la Barca.



Algo de mí.



Hace un par de días decidí crear este espacio, perseguir mi Quimera.
Luego de muchos tropiezos, y alguna que otra historia que contar, me encuentro determinada a re-encontrarme y re-encantarme.
Comencé a pensar en mi situación de mujer. De niña siempre sentí que estaba del lado equivocado del género. Resuelta, con carácter, activa, observadora, racional más que emotiva, astuta y segura. Sin duda esas eran algunas de mis cualidades [calidades] de niña. Y por ello siempre sentía que le sobraba una patita al cromosoma de mi par veintitrés. Las mujeres no debían ser así [el entorno es determinante, no?]
Ahora de adulta, habiéndose estropeado muchas de aquellas cualidades, me preguntaba el por qué. Y es que creo que a muchas nos ha pasado -si no es así, será que solo a mí- eso de sentirse en el lugar incorrecto, en el momento incorrecto, en el modo incorrecto de ser.

Fueron pasando los años y finalmente crecí. Y creo entender la razón de mi infante apreciación: Me frustraba que mi género tuviera tan poca voz. Y tan pocos oídos a su disposición. 
En cambio, mi voz y mi paso eran fuertes, algo poco aceptable en ese entonces.
Siempre fui la distinta, la diferente, la que no encajaba. Eso me restaba respeto, y con ello, se iba también el oído atento y mi voz, indefectiblemente, se diluía en el ambiente.
Al terminar mis años de universidad, confesaré, que terminé destruida. Mi espíritu se hacía trizas y mi alma sufría por montones. De pronto, aquel espíritu inquebrantable se deshizo en lágrimas que ya no se detuvieron. Mi cuerpo y mi alma gritaban desesperados y yo no entendía su lenguaje.
Con tanto tiempo de ignorarme a conciencia, no aprendí la lengua de mi cuerpo, y poco entendía de mi alma. Caí en un abismo profundo de inconciencia. Desorientada , atónita y muda, me perdí.

De pronto, las cosas se fueron aclarando, pasó un tiempo, fui descubriendo verdades, fui cayendo en la conciencia de la realidad que a pies juntos creía ver y que sólo miraba de reojo. Y de pronto, cual fénix, mi espíritu cobró valor y decidió avanzar en aquello que durante años nunca hizo: descubrió el camino de la femineidad.
Comencé por tomar conciencia, de a poco, de cuántas toneladas de tarea pendiente había. El mundo rudo y masculino no dejaba espacio para concentrarse en lo femenino, sin perder crédito y, nuevamente, oídos para mi voz.

Descubrí, entre muchas otras cosas, que la culpa no era de haber nacido mujer. La responsabilidad de esta frustración la tenemos todos y todas. Todos aquellos que deciden descartar, avasallar y descategorizar la voz de una mujer, sólo por ser tal. Y de todas nosotras que aceptamos ese descrédito sintiéndonos culpables, y que somos la manzana podrida del frutero por creer que nuestra opinión suma y no resta, que nuestra voz tiene valor y sentido.

En fin, luego de muchos ires y venires, me encuentro hoy aquí, dispuesta a reconciliarme con mi yo interno. Quiero plasmar en este espacio la quimérica idea de que una persona inteligente puede ser mujer. Y que esa mujer puede tener intereses propios de género, sin por ello perder neuronas.
Por eso, este humilde testimonio es una invitación, a quien encuentre en mis palabras un sentido, o bien, aunque sólo sea para mí, para compartir intereses, opiniones, dudas y respuestas. A proponer ideas y a caminar en el sendero de la amistad entre las neuronas y los ovarios.

Quiero darme el gusto de desafiar el eterno sentido femenino-represivo y darle cabida al sentido femenino-inteligente, sin arribar al sentido femenino-feminista que, en mi muy humilde opinión, es un error, pues la sobre -exaltación es una auto-segregación.

Ya con poco más que agregar, sólo me resta señalar que aquí iré comentando respecto de temas que me vayan pareciendo interesantes, de lo divino y lo mundano, porque la voz no sólo se escucha, también se lee.

Sean muy bienvenidas a comentar.

CG.-

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